La adhesión de España en 1986 a la CEE marcó un punto de inflexión para nuestra agricultura. Con aquella entrada en lo que más tarde derivaría en la Unión Europea, el sector se enfrentaba a su propia incorporación a la Política Agraria Común, un régimen lleno de incentivos, pero también repleto de obligaciones. Desde entonces, ha llovido, y mucho, para una actividad que no sólo ha tenido que adaptarse a las imposiciones de la tan traída y llevada PAC, a las demandas de los nuevos mercados en cuanto a calidad y seguridad alimentaria y a los compromisos internacionales adquiridos en materia de protección del medio ambiente, sino también, al desafío que representa el cambio climático, todo un reto global que se torna más descomunal, si cabe, si de lo que se trata es de producir alimentos para una población mundial en aumento, con costes también en línea ascendente y bajo la firme presión de los ODS y la Agenda 2030. Por fortuna, al campo le ha salido un aliado de excepción para afrontar la sucesión de borrascas y huracanes que, vía normativas, plagas o fenómenos atmosféricos reales, se le han ido viniendo encima -y que, a buen seguro, se cernirán sobre él-: la tecnología.
Nos encontramos totalmente inmersos en la Agricultura 4.0, agricultura de precisión, agricultura inteligente o smart farming y, en este revolucionario progreso del agrotech que no deja de sorprendernos con innovaciones hasta ahora inimaginables en una actividad acostumbrada a mirar no más que al cielo, España goza de una posición privilegiada. No en vano, nuestro país ocupa el tercer puesto a escala mundial en cuanto a empresas enfocadas a la digitalización de la agricultura (más de 750 en 2021, según un informe de la Asociación AgroTech España). Pero ¿se traduce esta fortaleza en la implementación real de las nuevas herramientas tecnológicas en las más de 900.000 explotaciones e industrias agrícolas españolas?
A tenor de la opinión de los expertos, tener esa parte del terreno abonada se deja notar y, efectivamente, el sector muestra claros brotes de modernidad. De hecho, esta revolución “va a un ritmo espectacular”, conscientes los y las profesionales de que resulta “absolutamente necesaria” para abordar el futuro, según el doctor en Ciencias Económicas y Empresariales, profesor universitario e investigador Juan Vilar Hernández. Y es que, “en el pasado no se media nada, lo que conllevaba tomar decisiones erróneas”, pero, en los últimos años, han proliferado innovaciones tecnológicas que, con desarrollos precisamente centrados en la recopilación y cruce de datos y su aplicación a la agricultura, permiten “ser óptimo con los recursos y, así, abaratar costes para el bolsillo; ser más eficiente; no desaprovechar recursos naturales como el agua, y, por tanto, ser más sostenible, y ser más productivo”.
Aliados para el confort y la productividad
Información satelital que adelanta la meteorología en 15 días; drones que ayudan, por ejemplo, a determinar zonas de estrés hídrico o carentes de nitratos para una toma de decisiones inteligente; dispositivos láser que actúan sobre una zona sin dañar la colindante; robots que establecen el calibrado y maduración óptima de una fruta para su recogida; tractores autónomos; regadío inteligente; pulverizadores selectivos; inteligencia artificial para detectar plagas, monitorizarlas y llegar a prevenirlas… En el campo español se ven ya hoy más móviles y tablets 5G que azadas, y los tractores y maquinaria de hace apenas unas décadas parecen a años luz de los sofisticados vehículos y aperos agrícolas actuales. Infinidad de herramientas tecnológicas y aplicaciones digitales están llegando para dotar y garantizar a nuestros profesionales de algo que nuestros abuelos no tuvieron y que parecen esenciales para que se produzca el necesario relevo generacional en el sector: confort y productividad. A la par, para permitirles “alcanzar ese equilibrio entre sostenibilidad económica, social y medioambiental” que resulta vital para que la agricultura española sea autosuficiente y competitiva y para que sigamos siendo la huerta de Europa.
Ahora bien, queda camino por recorrer y la edad avanzada de los profesionales y la fragmentación de las explotaciones (más de la mitad apenas cuentan con 5 hectáreas de superficie en nuestro país, frente a las 15 de media en la UE, las más de 400 en Australia o las más de 350 en Ucrania), con la consiguiente dificultad que ambos factores representan para afrontar la inversión que conlleva la digitalización, se antojan todavía factores clave para entrar de lleno en la carrera del agrotech. Afortunadamente, el grueso del tejido profesional -los más jóvenes, las OPAs y las cooperativas-, consciente de los nuevos retos, con profesionalización, con formación universitaria y abrazándose sin dudarlo a las nuevas tecnologías, parece dispuesto a ser fuerza tractora para que la agricultura española despunte en la Agricultura 4.0.
Más productividad, rentabilidad y sostenibilidad también a pie de campo
Si la mayor parte de los agricultores y agricultoras españoles le están dando un nuevo aire al sector mediante el uso de las tecnologías para mejorar procesos y asegurar sus futuras cosechas, no menos lo están haciendo a pie de campo para, también, incidir en la sostenibilidad. No en vano, también dibujan un nuevo paisaje en lo que a los propios cultivos se refiere, con cada vez más trazos de agricultura ecológica -en la que nuestro país es uno de los principales productores por superficie del mundo-, agricultura regenerativa y agricultura vertical.
En lo que a cultivos convencionales se refiere, según explica el experto agronómico internacional Juan Vilar, lo que se está haciendo es apostar más por los llamados permanentes frente a los de rotación, es decir por leñosos como el cerezo, el olivar, la vid y, sobre todo, el pistacho, que ofrecen una mayor rentabilidad. Como ejemplo, este último, cuyo cultivo se ha disparado en España un 3.000% en la última década hasta convertirnos “en el cuarto país del mundo en superficie” por nuestro clima favorable para su producción, por encontrarnos geográficamente cerca de núcleos de demanda elevada como la UE y por “su valor añadido, dado que el pistacho es un cultivo plenamente mecanizado que salva la falta de mano de obra y no tiene grandes necesidades hídricas”.
“Es una tendencia internacional” a la que, por supuesto, camina nuestra agricultura, un sector que para el también consultor es puntero y está en el camino para seguir siéndolo por varios motivos: nuestro país que goza de paz social, económica y política, está en un punto de localización estratégico de alta demanda -es puente de la UE con África-, tiene muy salvaguardada la seguridad alimentaria, las infraestructuras de regadío están siendo bien desarrolladas -somos líderes en superficie en la UE en este tipo de cultivo que es seis veces más productivo que el de secano-, y la agricultura forma parte de la idiosincrasia española -representa un 6% de nuestro PIB y ocupa al 5,5% de la población activa-. Nuestra agricultura, pues, goza de buena salud y, como muestra, añade Vilar, hay en estos momentos “más de 900 fondos de inversión” dispuestos a sembrar en nuestro campo.