Agroganadería regenerativa, un nuevo enfoque al campo
Artículo escrito por el periodista agroalimentario César-Javier Palacios
Artículo escrito por el periodista agroalimentario César-Javier Palacios
Una de las mayores alegrías de Andrea Arias se la llevó cuando una mañana de primavera descubrió varias mariquitas en las amapolas que habían crecido salvajes en la viña de su abuelo, en A Rúa de Valdeorras, en Ourense.
Un año antes, esta joven arquitecta de 30 años se había lanzado a una aventura que en la aldea todos tacharon de locura. Hacer un vino dulce olvidado, el tostado, a partir de las centenarias viñas de garnacha tintorera de la familia. Pero no solo eso. Decidió elaborarlo exclusivamente con uvas de las apenas dos hectáreas de viñedo familiar repartidas en diminutas fincas dispersas por el municipio. Y para ponerlo aún más difícil, apostó por la agricultura regenerativa.
¿Qué es eso?, le preguntan todos. “Devolver al suelo lo que es suyo”, resume entusiasmada. “Recuperar su biodiversidad natural dejándolo evolucionar sin apenas intervención”.
En duros tiempos de crisis climática, la agricultura y ganadería regenerativa se presenta como un nuevo enfoque holístico de conservación y rehabilitación natural de los sistemas alimentarios. No es una práctica específica en sí misma. Se basa en la mínima intervención posible, poner a trabajar a la naturaleza para obtener los mejores frutos con el menor impacto ambiental.
En lugar de pensar en la cosecha, se piensa en la tierra. Porque en cuanto el terreno recupera su equilibrio natural, aumenta la producción, exige menos trabajo y, se vuelve más sostenible.Paralelamente, esas tierras se convierten en secuestradoras de carbono en lugar de emisoras de gases de efecto invernadero.
La implementación de prácticas agrícolas y de pastoreo tradicionales, poco invasivas, permiten regenerar la materia orgánica del suelo y recuperan su biodiversidad perdida. Así se logra una tierra que necesita menos agua, porque está más adaptada a las sequías. Es más resiliente al cambio climático, al tiempo que fortalece la salud y vitalidad de los terrenos agroganaderos.
Siguiendo esta nueva tendencia, hay agricultores que están sustituyendo el tradicional barbecho (dejar un año sin cultivar) por la plantación de leguminosas, lo que mejora los niveles de nitrógeno en el suelo. O que cambian los fertilizantes de síntesis química por abonos orgánicos.
La apuesta parece arriesgada. Por ejemplo, la asociación Alvelal promueve en Murcia y Almería una labranza menos agresiva para el suelo que permite tener plantas aromáticas debajo de almendros y compatibilizar ambos cultivos con el pastoreo. O como está empeñada Andrea Arias con su viñedo “asalvajado” de Orense.
Pero al contrario de lo que algunos piensan, no es éste un movimiento de pequeños emprendedores ecologistas. Incluso grandes multinacionales alimentarias como PepsiCo o Nestlé están impulsando esta nueva visión entre sus proveedores en Europa y América.
Asimismo, conscientes de la importancia del cuidado del suelo, Corteva ofrece a los agricultores un conjunto de herramientas, bajo el paraguas de BioEfiCiencia, desarrolladas para lograr una fertilización completa que aborde todos los aspectos relacionados con la nutrición de la planta y el mantenimiento sostenible del suelo y el entorno.
Los viñedos de A Santa Viña (La Viña Santa) parecen abandonados, cubiertos de vegetación. Pero al contrario que los campos vecinos, están muy vivos, son un auténtico vergel de flores, insectos, aves y, sobra decirlo, hermosos racimos de negras uvas. “No aramos ni laboreamos el terreno, no quemamos rastrojos ni usamos herbicidas, y así logramos que la tierra se convierta en un ecosistema natural, esponjoso y resistente a la sequía”, justifica Andrea Arias.
Cuando lo moderno es volver a lo antiguo, su proyecto va todavía más allá, a los orígenes de la agricultura. Por ejemplo, todo el material de la poda no se quema ni se utiliza como leña. En lugar de esa práctica, tan habitual en la Denominación de Origen de Valdeorras, los sarmientos se trituran y reincorporan al terreno. Andrea también hace su propio compost con una sabia mezcla del hollejo de las viñas y estiércol de oveja y cabra. Las fincas son tan pequeñas que es imposible certificar la producción como ecológica o biodinámica, pero lo más importante se ve en el campo y se cata en el vino.
“La principal diferencia está en la mirada, en entender el suelo y dejarlo evolucionar solo”, razona la joven. Contrariamente a lo que algunos puedan pensar, este modelo no implica más costes, pero sí más vigilancia. Más analíticas del suelo para conocer su evolución; para entenderlo. Y lógicamente, las producciones son menores, aunque las calidades resultan infinitamente mayores.
El suyo es un vino dulce que tradicionalmente se tenía en los pazos para alegrar las fiestas, un vino considerado de postre. Para lograrlo, los racimos recién vendimiados se cuelgan varios meses para esperar a su pasificación natural, lo que concentra los azúcares antes de someterlos a la fermentación.
El resultado es un vino de bajo rendimiento. Poco más de 2000 litros al año, cuando para que una bodega sea viable debería superar los 50 000 litros. Pero ¿qué quiere decir rentable? Para Andrea Arias, cuarta generación de viticultores, la mayor rentabilidad es hacer algo en lo que cree. Supone reconectar con el paisaje, buscar lo natural.
“Es una cuestión vital”, confiesa. La idea del proyecto surgió durante la pandemia, cuando al horror del virus se sumó el que esta arquitecta autónoma se quedó sin trabajo. “Sentía que tenía que hacerlo. Si no sale a la primera saldrá a la segunda, pero tardemos lo que tardemos sabemos que lo vamos a lograr”.
Esta determinación, unida a un exquisito respeto por el entorno, resiliencia, adaptación al cambio climático y extraordinario producto final, está comenzando a dar frutos. Entre otros éxitos, ser finalista del programa TalentA en su 4ª edición, promovido por CORTEVA y la Asociación de Federaciones de Mujeres Rurales FADEMUR, que premia el talento y esfuerzo del emprendimiento rural femenino cada año y, pronto, dará comienzo a su 5ª Edición.
Gracias a este y otros reconocimientos, su microbodega es cada vez más popular, dentro y fuera de Galicia. Ya le están llegando los primeros pedidos para incorporar su “tostado gallego” a las cartas de vinos dulces de reconocidos restaurantes. Aunque para Andrea Arias, lo más importante de este proyecto es el aprendizaje. “Utilizar las técnicas antiguas adaptadas a los nuevos tiempos, ir reaprendiendo, conociendo y entendiendo el terreno”.
Volver a esos recuerdos de niña cuando, de la mano de su abuelo, acompañaba a la familia a vendimiar, asombrada por tanta sabiduría popular que ella ahora está rescatando del olvido. Maravillarse con una mariposa de los cardos revoloteando entre los viñedos y alegrase al escuchar entre ellos el silbado canto de la totovía. Y brindar con ese vino que sabe a paisaje, a naturaleza y a vida.
Periodista Agroalimentario
¡Suscríbete a nuestra newsletter!
Mantente al día de las últimas novedades junto a la voz de expertos y referentes del sector, totalmente gratis para ti.