Por su antigüedad y por su historia, España es uno de los países más ricos en patrimonio cultural y arquitectónico. Cada población, por pequeña que sea, tiene un edificio emblemático, una iglesia, un castillo, una muralla romana o un vestigio celtibérico. La principal dificultad de la conservación de este patrimonio reside en sus elevados costes, y en la mayoría de los casos las restauraciones se quedan en la superficie: aquellas actuaciones más urgentes o más estéticas, como fachadas, cubiertas y humedades, y las consideradas más importantes, que afectan a la estructuras.
En esas revisiones de mantenimiento de un edificio muy pocas veces se repara en un enemigo diminuto, silencioso y apenas perceptible, que puede hacerse visible cuando ya es demasiado tarde. Las termitas constituyen una de las principales amenazas en la conservación de nuestro patrimonio, ya que sus efectos pueden ser devastadores y pueden comerse literalmente un edificio histórico y todo su patrimonio, desde las vigas de madera que los sustentan hasta los incunables de una biblioteca o las valiosas policromías de un retablo.
Aunque son unos xilófagos realmente pequeños, con una longitud inferior a 9 mm, el poder destructor de estos insectos es inversamente proporcional a su tamaño, ya que su velocidad al reproducirse y al comer es asombrosa. Capaces de sobrevivir a varios metros de profundidad, se organizan en colonias de hasta tres millones de individuos.
Si tenemos en cuenta que en España, más del 90% de los edificios construidos antes del año 1920 poseen estructuras de madera, el banquete para las termitas está servido.