A estas alturas de la película, en la que términos como eficiencia, sostenibilidad, cambio climático o digitalización nos acompañan desde que nos levantamos, hasta que nos acostamos, a nadie se le escapa que el agua es, y será aún más, un preciado bien que deberemos cuidar, ya no sólo en calidad, sino en cantidad.
España, se encuentra ante un gran reto ya que, a nuestras peculiaridades edafoclimáticas, debemos añadir que somos una potencia agroalimentaria a nivel mundial y, como consecuencia, el agua es una de las variables que cada temporada debemos introducir en la ecuación para que la sostenibilidad sea positiva en sus tres vertientes: la social, la económica y la medioambiental.
Para ello, el primero de los grandes retos a los que se deberá enfrentar España es al del reparto del agua y, con ello, a la puesta en marcha de un Plan Hidrológico Nacional que permita, desde un punto de vista técnico y no político, optimizar el aprovechamiento hídrico. No profundizaré mucho más en esta cuestión, no por no considerarla importante, que sí lo es, sino por ser un tema con grandes ramificaciones que llevaría mucho tiempo escudriñar.
Por tanto, si dejamos a un lado las cuestiones administrativas y geopolíticas del reparto del agua, fundamentales para que el líquido elemento llegue a todos los rincones de nuestra geografía, creo que el verdadero reto al que nos enfrentamos en los próximos años es el tecnológico; un reto que debe afrontarse de forma integral, abarcando desde la obra civil, con infraestructuras de regulación, conducción e interconexión, hasta la parte agronómica, con sistemas de riego más eficientes y técnicas de cultivo adaptadas a las nuevas necesidades, pasando por cultivos menos exigentes en riego. A todo ello, deberemos añadir la “digitalización del campo”, herramienta indispensable para poner en escena la agricultura que nos pide la sociedad: una agricultura de precisión, donde cada gramo de fertilizante, o cada litro de agua, esté justificado, ya no sólo para producir un alimento de calidad, sino para hacerlo sin dañar el medioambiente.
No es, desde luego, un reto sencillo, pero tenemos mucho terreno ganado ya que en los últimos años se ha avanzado de forma notable en la formación de los profesionales de la agricultura, y en la concienciación del sector agroalimentario en el uso eficiente del agua. Hemos entendido que ahorrar agua no es sólo regar más o menos horas, o hacerlo en aquellas franjas horarias donde se produzcan menos pérdidas por evapotranspiración, sino que ahora “escuchamos” lo que nos dice el cultivo a través de los datos obtenidos por sensores de campo, o de la fotointerpretación de las imágenes grabadas desde la cámara de un dron. Es cierto que nos queda todavía mucho por aprender y desarrollar en lo que a digitalización se refiere, pero es importante tener en cuenta que hemos iniciado un camino de no retorno, donde la utilización de datos e imágenes se va a incorporar, paulatinamente, al día a día del profesional de la agricultura que, a su vez, estará más y mejor formado para poder tomar decisiones “cimentadas”, ya no sólo en su experiencia o en la costumbre de la zona, sino en la interpretación de toda esa información generada por el propio cultivo, en su terreno y en tiempo real. Sin duda, una auténtica revolución.
Pero si el análisis de los datos se antoja imprescindible, no lo es menos contar con variedades vegetales “diseñadas” para producir más, con menos recursos (incluido el hídrico). Es aquí, en la genética, donde creo que se abre un enorme abanico de oportunidades que debemos aprovechar en su máxima expresión; desde la genética tradicional, a las nuevas técnicas de edición genética, pasando por los cultivos genéticamente modificados, a mi juicio injustificadamente denostados en el seno de la UE, deben ser herramientas imprescindibles para producir alimentos sanos, seguros y sostenibles. Es la genética, en definitiva, otra de las variables que debemos incluir en esa ecuación de la que antes hablábamos y que nos llevará a cumplir los objetivos de sostenibilidad, pero también los de productividad, aspecto fundamental si tenemos en cuenta que debemos alimentar a una población cada día más numerosa.
Abro un pequeño paréntesis para recalcar que el debate sobre la utilización de las distintas herramientas genéticas para la producción de alimentos debe realizarse, a mi juicio, exclusivamente en el ámbito científico y, en consecuencia, cualquier decisión al respecto debe quedar aislada de la influencia política y/o ideológica.
Cerrado este paréntesis, me gustaría incidir en una circunstancia que se viene dando en los últimos años, cada vez de forma más decidida y efectiva, que es la colaboración entre los diferentes eslabones implicados en el desarrollo del sistema agroalimentario; me refiero al trabajo coordinado entre la empresa pública y la privada, entre las universidades o centros de investigación agraria, las industrias y los agricultores, que tan buenos resultados está dando y que, en este momento, me lleva a escribir sobre otro de los grandes retos que el regadío español debe afrontar en los próximos años: la investigación y la formación.
Un regadío moderno, eficiente y responsable debe crecer alrededor de una labor investigadora que no sólo se destine a desarrollar nuevos materiales o sistemas de riego, sino que también se encamine, por ejemplo, a poner en funcionamiento diferentes variedades de cultivos, capaces de optimizar el consumo de agua, o de esclarecer las diferentes interacciones que se producen en el terreno, otro de los grandes protagonistas a la hora de diseñar un sistema de riego o de implantar uno u otro cultivo. Por otro lado, cuanto mayor y mejor formación tengan los propios agricultores, los ingenieros o los diferentes asesores, mejor utilización podrá hacerse de los avances tecnológicos y más sencillo será cerrar el círculo.
Por tanto, en los próximos años España deberá hacer un enorme esfuerzo tecnológico y formativo, en todos los ámbitos, para que el regadío siga evolucionando hacia la sostenibilidad, sin renunciar a la productividad.
En definitiva, hablar de regadío, no solamente es hablar de agua.