La sostenibilidad en la agricultura pasa por lograr implantar prácticas altamente respetuosas con el Medio Ambiente y compensar aquellas que puedan ir en su contra. Este es el recto al que se enfrenta el sector para poder alcanzar los compromisos establecidos allá por el año 1997 en el Protocolo de Kioto. Lograr la reducción de gases de efecto invernadero, sigue siendo un desafío, que pasa por reducir la huella de carbono (emisiones de gases de efecto invernadero) que genera la agricultura.
Para compensar la huella de carbono emitida, los países están estableciendo medidas y prácticas que lleguen a un equilibrio, ya sea con el uso de energía, de fertilizantes, con la reforestación o determinadas prácticas de agricultura sostenible… En España, el sector cuenta con el Fondo de Carbono para una Economía Sostenible (FES-CO2), un instrumento de financiación climática que el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) pone en marcha para impulsar las actividades contra el cambio climático mediante la adquisición de créditos de carbono, contribuyendo así a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Carbon Farming
Determinadas prácticas como el llamado “secuestro de carbono”, contribuyen a compensar la huella de carbono emitida por la práctica agraria. En este punto el agricultor, a título individual, puede hacer mucho por una compensación real. Así lo afirma Juan Sagarna, responsable de Sostenibilidad, Calidad e Innovación de Cooperativas Agro-alimentarias de España, “tú puedes utilizar tu suelo como secuestrador natural de carbono, puedes seguir teniendo tu misma huella de carbono, pero realizar prácticas que secuestren esa huella”, y si además esto se compensa a través de créditos de carbono, la motivación es aún mayor.
Carbon Farming o agricultura de carbono es un concepto relativamente actual que se refiere a la agricultura de carbono, a las técnicas que una explotación agraria puede llevar a cabo para mejorar el secuestro del carbono.
Manolo Torrero, vicepresidente de ASAJA Castilla-La Mancha, sostiene que “el mercado consistiría en que grandes empresas, que tienen un alto nivel de emisión, compensen ésta en base a contratos o acuerdos con propietarios de terrenos que son capaces de fijar esa cantidad equivalente de carbono fijado al suelo; sin embargo, lo que está claro es que un agricultor no tiene determinada la cantidad de carbono que su cultivo fija al suelo”.
En España contamos con suelos áridos y semiáridos, con un contenido bajo de materia orgánica, “hay poca riqueza de vida en el suelo”, afirma Sagarna, “y con determinadas prácticas, como la agricultura de conservación, las cubiertas vegetales, la utilización de fertilizante orgánicos, puedes, poco a poco, mejorar esa materia orgánica mantenida en el suelo, que haya más lombrices, microorganismos, raíces, de manera que cuanta más vida hay en el suelo, más carbono estás secuestrando”.
Aquí entra en juego el incentivo económico que revierte esta compensación de carbono realizada por los agricultores, los llamados “créditos del carbono”, una estrategia que pretende compensar el carbono que es secuestrado.
Un crédito de carbono equivale a una tonelada de dióxido de carbono que ha sido dejada de emitir a la atmósfera, con el fin de compensar las emisiones en otros ámbitos; instrumento económico establecido en el Protocolo de Kioto para reducir las emisiones de efecto invernadero.
En el mercado del carbono, con esta premisa (1 crédito igual a 1 tonelada de dióxido de carbono), las organizaciones, compañías o personas interesadas compran esos créditos, que son traducidos en inversiones en nuevos proyectos sostenibles, que evitan las emisiones de CO2. La cuestión está en determinar cómo se van a contabilizar y cuantificar esas toneladas de carbono secuestradas y convertirlas en una compensación económica, los créditos de carbono.
Sistema europeo y anglosajón
Por un lado está la postura europea, que con un sistema de contabilización, de certificación público y a cambio de unos incentivos (que están por determinar si saldrán de la PAC, vía ecoesquemas, o por otros medios, como mercados de emisiones), y por otro lado está el modelo anglosajón de Carbon Farming, implantado fundamentalmente en Estados Unidos, consistente en comprar toneladas de carbono secuestradas en distintas actividades, tradicionalmente en el forestal, y ahora también en el sector agrícola.
En concreto en Estados Unidos ya hay agricultores que mediante un sistema de certificación privado, a través de intermediarios de confianza, paso que aquí en Europa hace la Comisión, certifican que ese agricultor ha secuestrado un número determinado de toneladas de carbono; empresas como por ejemplo Microsoft o Google pagan 20 dólares por toneladas a ese sistema, con el objetivo de comunicar a sus consumidores que la huella está compensada.
Juan Sagarna afirma que “digamos que son dos sistemas, el público y el privado, y una de las incógnitas de la agricultura europea es cómo se van a compatibilizar esos sistemas, ya que hay empresas que han venido a Europa y proponen a los agricultores que hagan determinadas prácticas para secuestrar carbón en el suelo”.
Además, el componente científico-técnico de este tema es importante, “porque nadie es capaz de determinar con exactitud el carbono del suelo y, además, tenemos ciclos de vida; un año puedes tener una tonelada de carbono secuestrada y, al año siguiente, que esto cambie totalmente”.
En este sentido Manolo Torrero sostiene que “todavía es un horizonte por explorar; realmente hay que desarrollar muchos estudios y conocimientos sobre las emisiones y su capacidad de fijar carbono a ciertos cultivos, desde el inicio, desde la maquinaria, la plantación, fertilizantes…, es una cadena larga. Digamos que en superficies forestales el balance está claro, porque no se hace sobre ellas ninguna actuación, pero en el resto de cultivos son estudios muy incipientes”.
Agricultura de conservación
¿Pero cumple el sector agrario español con el compromiso medioambiental? Juan Sagarna sostiene que “los hechos nos dicen que la agricultura europea tiene una senda de reducción en las últimas décadas de emisiones importante, sin embargo España se ha quedado rezagada al respeto; no las hemos reducido en los últimos años, debido a un incremento productivo y una mejora de la balanza comercial, lo que nos ha penalizado en las emisiones en nuestra agricultura y ganadería”.
La solución pasa por “técnicas de economía circular, la sustitución de fertilizantes minerales, si somos capaces de secuestrar mucho carbono en nuestros suelos, que son extremadamente pobres en materia orgánica, la agricultura española, poco a poco, tendrá muchas menos emisiones de gases de efecto invernadero”.
Se trata de que el sector trabaje para que la agricultura forme parte de la solución al reto colectivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y para que el cultivo de carbono sea una nueva fuente de ingresos para el agricultor.
La transición de un modelo de agricultura convencional a otro de agricultura de conservación está en marcha, con la sostenibilidad y el compromiso medioambiental como principales motivaciones.