Hace unas semanas terminó el verano y con ello se cerró el año hídrico 2021-2022. Echando la vista atrás, este verano es el tercero más seco desde que hay registros. Olas de calor y unas precipitaciones un 25 % inferiores a la media han sido la tónica general estos meses. A estos hechos se les suma que las reservas hídricas están al 32,5 %, el nivel más bajo de los últimos 27 años.
Con este diagnóstico, no es de extrañar que el 75 % de España esté en riesgo grave por desertificación y que estas condiciones meteorológicas estén amenazando a corto, medio y largo plazo los cultivos de nuestro país.
¿Qué futuro tiene la vid?
Uno de los cultivos icónicos de España es la vid. Un cultivo adaptado al medio pero que también está acusando la sequía y la emergencia climática que estamos viviendo. Es el caso de, por ejemplo, el territorio que ocupa la Denominación de Origen Penedès. Según las últimas investigaciones del IRTA (Instituto de Investigación y Tecnologías Agroalimentarias), esta denominación de origen necesitará entre una y dos veces más agua en 2030 y hasta cuatro veces más a finales de siglo. Y es que, si tiramos de registros, queda patente que las lluvias de esta pasada primavera han sido escasas, algo que ha repercutido, obviamente en las cepas, con un grano que madura más pronto y más pequeño. “En la próxima década, el ciclo del viñedo se avanzará y será más corto”, explica Robert Savé, investigador emérito del IRTA.
En el caso del Penedès, la vendimia se podría adelantar hasta un mes, ya en la próxima década. ¿Solución? “Se ha empezado a regar viñas. De hecho, en la comarca del Alt Penedès el 1,1% de la superficie de viñedo es de regadío. Sin embargo, no es una solución ni definitiva ni sostenible”, explican desde el IRTA.
En esta línea se está impulsando el proyecto SECAREGVIN para buscar la viabilidad de transformar la vid de secano en regadío, donde se pone de manifiesto la necesidad de determinar el agua disponible en cada zona, adaptar el cultivo a esa realidad y no basar la solución únicamente mediante la aportación de agua. “En el futuro no es que vaya a haber menos agua, sino que la que se utilizará para regar se evaporará mucho más rápido”, analiza Savé.
Y es que desde el año 2010, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) está promoviendo políticas para que los gobiernos impulsen cultivos que tengan un menor impacto ambiental, además de ser resilientes con el cambio climático. Todo ello se pretende conseguir cumpliendo tres objetivos: apostando por la circularidad, aumentando la materia orgánica del suelo e impulsando la biodiversidad. Todo ello en el marco que, a finales de siglo, las temperaturas podrían aumentar, de media, más de dos grados en el Mediterráneo. Un aumento que podría llegar a ser de hasta 5 ºC.
Plagas
Otro de los efectos de la ausencia de lluvias es la aparición de plagas y que tiene consecuencias muy profundas, por ejemplo, en los bosques. Así lo pone de manifiesto el CREAF, Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales. “Debemos estar preocupados por el estado de los bosques si no queremos que en pocos años colapsen de forma generalizada. Hay señales de alerta claras que nos indican que debemos poner más atención en estos temas”, explica Francisco Lloret, investigador del CREAF y catedrático de ecología de la Universidad Autónoma de Barcelona.